Por Lucila Navarrete Turrent
Tengo entre mis manos un billete cubano que dice “Banco Central de Cuba” y el Che en su famosa figura me sonríe primero y después levanta la mirada hacia el horizonte; sobre su rostro William Chávez nos ha dedicado estos 3 pesos: “Para Luci y Paulina, 30 de julio del 2005, CUBA”.
Cuba, Cuba, ¿Cuba?, ¿dónde está Cuba? Vamos rumbo a las playas del este, el camino es lento como todo aquí que es lento, inusual sobre todo. Evito el calor entre un pensamiento y otro y hago un recuento de mi semana en Cuba, de mi típica semana turística en Cuba por la ruta exótica más convincente de los paquetes vacacionales que ofertan las agencias internacionales de turismo mediante cubanacan o havanatur, empresas cubanas, empresas del Estado capacitadas para ofrecer todo tipo de servicios placenteros al estilo capitalista.
Un mar de confusiones han surgido entre Varadero y La Habana, los nuevos amigos y los cubanos. En esta realidad tan ajena, para cualquier turista es como entrar en la dimensión desconocida e intentar comprenderla desde los referentes que creamos en el universo del capital. Pienso y pienso y hago un alto y me digo: ¿el discurso de Cuba, cuál es el discurso de Cuba? Cuba es una y es otra también, ¿congruente o incongruente?, inimaginable, injusta quizá, más injusta que mi propio México tal vez, no sé, no sé qué pensar y pienso muchas cosas a la vez. De nuevo abro la palma de mi mano y veo a un campesino impreso en el anverso de los mismos 3 pesos que William muy amablemente nos ha obsequiado la noche de despedida. “República de Cuba”, dice, “Che-Precursor del trabajo voluntario”. En 1964 en un discurso de cierre celebrado para la entrega de certificados del trabajo comunista, el Che había encomendado “la tarea de desarrollar la producción, desarrollarla para darle al pueblo todos los bienes que necesita.…hagamos que cada uno de nosotros sea una bandera que tengan que seguir nuestros compañeros para la construcción del comunismo.” (www.el-comandante.com) Creo de ahí, y de su tremenda capacidad de liderazgo y su carisma, que el Che fue un gran líder, un héroe nacional, un mito latinoamericano.
Hemos llegado a la playa y un río de cubanos, extranjeros y basura hacen de este día tan caluroso y soleado, todo menos un descanso. Pau y yo encontramos un pedacito de arena donde poner nuestras toallas para echarnos cuanto antes a la arena y tomar nuestro baño de sol y mar. En el hallazgo del 2 x 2 de arena, encontramos imposible adentrarnos en el mar. ¡Puffff! ¡Pero qué calor! ¡Pero cuánta gente, y gente bonita, gente guapa, linda! Cierro mis ojos, es mi último día en Cuba y me esmero por disfrutarlo. Pau se va al mar y yo aprovecho mis últimos rayos de sol cubano, tiento la arena, respiro el aire húmedo y pienso…
La Habana, La Habana, chaca-chan, chan. Yemayé, abalúa, rumbaos, chaca-chan, para-pan, ritmo, aquí, para allá, pierna aquí, vuelta por allá, pechos por aquí y cadera más para acá, chan-chan, pum-pum, 1, 2, 3. ¡Rumba! ¡Salsa! ¡Mambo! Ernesto y Miky, la noche de nuestra despedida, me dijeron: “cubano que no baila, no es cubano”. Y yo me sentía ridícula, caray, soy latina y muevo el bote por aquí y por allá, pero jamás así, “está cañón” pienso, mientras vamos llegando al hotel antes de darnos nuestro último abrazo y Ernesto se me acerca al oído y me pide las sobras del jabón del hotel. Volteo a ver a Pau y le digo “córrele, más vale que vayamos cuanto antes a recolectar cuanta cosa nos haya sobrado”. Subimos a la habitación y me siento ridícula juntando los jabones que usé para rasurarme, un flaco tubo de pasta dental y la miserable cantidad de shampoo que hemos dejado. “¡Papel de baño!”, grita Paulina, órale pues, juntemos rollo de papel, pídele a la señorita, no, mejor esto, no, aquello. ……… Esa fue nuestra noche de despedida… despedida a lo cubano.
Viajar a Cuba es meterse a una cápsula del tiempo y salirse de órbita en una especie de dimensión alterna, una realidad sin tecnología, desconectada y amenazada. La verdad que encuentro en este enjambre de mentiras es la verdad del sometimiento, del hambre, del miedo. Para un cubano la novedad es poder hacerse de un correo electrónico en yahoo, para poder colmarse de esperanzas, ilusiones e historias de otros mundos con los amigos extranjeros que se han ido.
En el viaje conocimos a unos catalanes que nos invitaron a cenar y pagaron con tarjeta de crédito. “¡Coño! ¡Cómo que no pasa la tarjeta!” se sorprende Manel, sin ser grosero con el dependiente. Otra historia parecida me sucedió en el Museo de Arte Contemporáneo: la señorita de la entrada no me aceptó mi credencial estudiantil para poder entrar con descuento porque dice que tengo que ser estudiante cubana, esto independientemente de las credenciales oficiales que se manejan en el resto del mundo. Y para rematar, el internet del hotel de Varadero me ha costado el equivalente aproximado a $50 pesos mexicanos por media hora de servicio. ¡Joder, pero si ni siquiera logré entrar por completo a mi correo!
Había leído tanto a Eliseo Alberto que consideraba imprescindible una visita a Cuba en este proceso de introspección y conocimiento de la cultura y la problemática cubanas. Recuerdo que Lichi en su Esther en alguna parte (Espasa, 2005), el personaje de Ismael hace una reflexión sobre la búsqueda de una isla triste: “Arístides había rastreado a Esther por más de medio siglo, y durante su búsqueda la idolatró por sus santos cojones. […] Cuba, esa Cuba que yo desatendía por despecho, esa Cuba embrujada e iracunda; esa Cuba cruel y devota, esa Cuba justa, poderosa y frágil, pecadora, culpable, ingenua, valiente, cobarde, esta Cuba de todos y de nadie, Cuba, sería mi Esther. La buscaría en el puño de mi mano, en el fondo de mis pupilas, en el aire que aspiro y expiro, aunque ella nunca se entere que la amo y se me vaya media vida deseándola.”
Cuando llegamos a Cuba nos recibió el Hotel Barceló Sol y Mar en el paraíso de Varadero, un hermoso sitio de aguas azules, arena blanca, gente linda y un pueblo mágico y pequeño. Pau y yo nos apresuramos en la experiencia de un nuevo mar, un mar comunista, damos vueltas por aquí, veo un pez entre las piernas de Pau y de pronto a una niña, una linda niña que se aproxima a nosotros junto con su padre. “Hola”, dice el padre, mientras nos muestra unos collares con piecesitas de madera, “no quiero molestar, soy pensionado y vamos, no quiero dinero, pero les obsequio estos collares a cambio de algo de ropa o jabones del hotel”. Pau se apresura a decirle, “sí señor, como no, hemos traído ropa desde México, pero necesitamos bajarla de la habitación”. A las cinco de la tarde llevamos ropa y jabones a una familia cubana, después, Pau y yo cenamos langosta y mariscos. ¿Hay algo paradójico en todo esto?
Pienso todo esto mientras Pau está tomándose un baño entre la muchedumbre. Ha regresado con 3 nuevos amigos. Estar en las playas de La Habana es agotador. Escucho que mi hermana le dice a su amigo “Oye, ¡pero qué rica es la langosta de Cuba!”, “¿a qué sabe?”, le contesta. Ya veo por qué el gobierno cubano solamente procura el “acceso a una alimentación básica” (www.cubagob.cu), pues para que yo me coma la langosta. Wow, ¡pero qué maravilla, si aquí soy una reina! ¿Y si me quedo a vivir en Cuba?
Pau y sus tres amigos se van a dar un paseo y yo me quedo a aprovechar el sol cubano. Recuerdo a David, nuestro amigo el lanchero del Hotel Sol y Mar de Varadero cuando nos dio un paseo estupendo en catamarán. Al parecer tomó prestado un pedazo de libertad de expresión en las aguas de su mar y nos cuenta la historia de su hijo que está en una escuela para nadadores, la forma en que un cubano puede salir de la isla y lo enamorado que está de su país a pesar de tener que pagar $15 CUC (Peso Cubano Convertible) por los goggles de su hijo. En fin. Eso de los CUC nos hundió en una tremenda confusión cuando llegamos a registrarnos al hotel. “O sea, ¿cómo está esto de los precios?”, “Sí, miren, son Pesos Cubanos Convertibles, tienen que ir a cambiar su moneda por Pesos Cubanos Convertibles”, nos dice la señorita de recepción.
¡Qué!, ¡¡¡¡¿¿me cambiaron $1,000 pesos mexicanos por $71 CUC más centaos??!!! Uh qué la, ahora sí que la jugada está canija. Cuando le dije a David que el CUC estaba carísimo me dijo: “pero si nosotros pagamos $24 pesos cubanos por cada CUC”. Sí, la moneda nacional es para uso doméstico, pero los cubanos no pueden comprar suntuarios mas que con cubanos convertibles. Así fue como Miky y Ernesto compraron un Havana Club la noche de nuestra despedida, no nos permitieron pagar. “Hoy recibí un dinerito y quería invitarles el ron de la despedida”, dijo Ernesto después de haber pagado 4 CUC.
David ya nos había platicado que un médico recibe un salario de 400 pesos cubanos mensuales. Por eso es difícil ver a un médico tomar o bailar en un club, simplemente la familia dejaría de comer. Los que bailan, toman y se visten bien son los que viven del turismo o los que reciben dinero de sus familias que trabajan en el extranjero.
Los niños en las calles nos piden bolígrafos, borradores y dulces “¡dulces y chocolates por favor!”, gritan la mayoría. Afortunadamente hemos llevado un par de bolsas de a kilo con caramelos de distintos sabores. Los vamos repartiendo en las calles, camino al Morro o al Capitolio.
Nuestras noches han sido fascinantes, casi no hemos bailado porque nos sentimos ridículas: el cubano baila en pareja y baila cachondo, baila entre pasos complejos una esperanza de libertad, baila para evitar sentirse insiliado, para construir un pedacito de esperanza y soñar por un futuro mejor, baila entre policías disfrazados de civiles y le susurra a la pareja algún secreto de libertad.
Me despierta el calor, la muchedumbre y una pesadilla de paradojas cubanas. Alcanzo a Paulina en la lancha donde ha sido invitada por sus nuevos amigos cubanos. Damos unas vueltas y de pronto estamos en el avión, aterrizando, entrando a la puerta de la casa, de vuelta. Me siento en el cuerpo de un cubano en proceso de exilio, me siento como una joven cubana frustrada que añora su isla, que la extraña ya porque la ama, la ama más que a nada y a nadie, la persigue como persigue Larry a Esther en Esther en alguna parte. Extraño Cuba, pero ¿dónde está Cuba?, ¿en qué lugar está Cuba?, ¿es mi bebida o el sentimiento que se lleva en el pecho, o es sólo una idea, una fuerte idea de libertad? Cuba está en mi pecho, a esa isla la llevo conmigo en mi exilio, un exilio inventado entre una lectura y otra, entre novelas y memorias de Lichi, poemas de su padre Eliseo Diego y correos electrónicos de mis amigos, los amigos que hice en la isla.
24.4.06
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