25.7.06

Sin destino

por Teresa Rodríguez



I

Dentro de las posibilidades que encuentro entre los escritores de este blog me aparecen dos claramente (es obvio que existen otras, perdonen mi ímpetu clasificador -fruto seguramente de un contacto desmedido con los filósofos- que se concentrará en éstas): una que se dedica a la crónica de viajes y otra a las reseñas más o menos personalizadas de productos de consumo cultural (música, libros, etc). Tal vez podría argüirse que el viaje se ha convertido en un producto cultural (en el mejor de los casos) y que entonces la corriente principal de los escritores es la reseña de productos culturales desde una perspectiva vital. Pero me gusta mantener la diferencia porque, pese a todo, el viaje es una experiencia y los productos culturales son objetos que se pueden tocar, oler, probar, intercambiar, entre otras cosas...
Hasta ahora, he preferido ceñirme a la primera posibilidad. Los viajes me fascinan y me parecen en sí mismos fascinantes. Sin embargo, siguiendo los ingentes esfuerzos de los reseñistas anteriores me uno a
su quehacer. En parte, porque como Javier apunta en su post del 5.7.06, hace tiempo que ningún libro me había cautivado tanto como Sin destino de Irme Kertész. Todo empezó con un correo electrónico de un amigo que me invitaba a escribir un artículo sobre el escritor húngaro, ganador del Nobel en 2002. Como mi recién redescubierta vocación literaria no me permite desperdiciar ninguna invitación a la escritura, dije que sí, pensando en que las dos cuartillas que me pedía no serían tan difíciles de articular. La respuesta a mi respuesta fue que le parecía muy bien que colaborara y que por favor le enviara un artículo de entre seis y ocho cuartillas y una selección de algún texto de Kertész de la misma extensión para el primero de septiembre. Así que me he puesto a leer con atención obsesiva y he aquí que encuentro uno de los mejores libros que he leído en los últimos años. Sin destino es una novela sobre un adolescente deportado a Auschwitz y lo primero que se me ocurre apuntar sobre ella es que es literalmente todo lo contrario a Spieldberg. Es una novela escrita sin amor. Lo cual no parecería tan sorprendente si tomamos en cuenta que Kertész mismo estuvo en el campo de exterminio; lo sorprendente (y lo chocante para muchos) es que es al mismo tiempo, una novela escrita sin odio. En la contraportada del la edición española publicada por Acantilado se afirma que el autor escribe “con la fría objetividad del entomólogo y desde una distancia irónica”. Distancia irónica que me parece le da un carácter más exacto al descubrimiento de un destino terrible, sin discusiones, pero que no podía ser captado por los protagonistas en su totalidad aplastente. György Köves decide subirse en forma voluntaria al tren que lo llevara a Alemania para “trabajar”, en parte porque sabe que si no se presta será obligado a ir después de todo en un vagón con ochenta personas en vez de las sesenta de los primeros deportados “voluntarios”, en parte porque le parece lo más razonable. El nombre que en la estación indica la localidad de destino le parece prometedor “Auschwitz-Birkenau”, prados, edificios, todo en el admirable orden germánico le promete un jornada laboral pesada, sí, pero con ciertas satisfacciones como jugar fútbol con sus compañeros, también adolescentes, al caer la tarde.
Le parece relevante ver a los presos que les ayudan a descender del tren donde han pasado tres días sin beber agua. Nunca había visto criminales el joven. Se pregunta cuál es el crimen por el que visten el uniforme a rayas y el gorro. Uno de ellos les pregunta cuántos años tienen. “Quince, catorce” responden los muchachos. “Dieciséis”contesta el preso, “si quieren trabajar, dieciséis”. Luego la fila, miles de personas clasificadas entre aptas y no aptas para trabajar. A los primeros los campos de trabajo, a los segundos la cámara de gas, la “fosa en las nubes” (Celan). György se ve pronto tranformado en un preso, aprende pronto la mecánica precisa del exterminio en Auschwitz, se aburre profundamente.








Kaddish por un hijo no nacido.

Kaddish es la oración que entonan los judíos por los muertos. Continúo con el ejercicio de consignar lo primero que me surge de la lectura que he terminado hace algunos minutos. Dos cosas: brutalidad y lucidez, lucidez brutal. La novela es una novela de un solo aliento, una retahíla de reflexiones sobre el destino, la libertad, la paternidad, el futuro, lo posible. Un vómito, podría decirse, que explicita la negativa del protagonista a reproducirse y que firma su autoliquidación en ese no rotundo que resuena a través de las páginas del libro. Decimos no a muchas cosas, pero casi nunca decimos no a la vida. A pesar de todo, seguimos pegados, como un caracol en el cristal de una ventana, a ella. Desesperada, aburrida, dolorosa. A pesar de la infancia, del padre, de Auschwitz. Solución sencilla: no se puede traer al mundo a un niño si se ha estado en Auschwitz, al menos desde la perspectiva del protagonista, ya que habrá otros sobrevivientes cuyos sobrevivientes sostienen la memoria de la aniquilación. Pero no es Auschwitz lo que hace decir no estridentemente. No es sólo Auschwitz para ser precisos. Es que el terror empieza por la autoridad paterna; dios padre es el terror totalitario, leemos: “Auschwitz, dije a mi mujer, se me presenta en la imagen del padre, sí, las palabras del padre y Auschwitz producen en mí las mismas resonancias, le dije. Y si es cierta la afirmación de que Dios es un padre encumbrado, entonces Dios se me manifestó en la imagen de Auschwitz...” Brutal como debe ser toda lucidez, lucidez descarnada. Del libro destaca, sin embargo, de todo el fárrago de aniquilaciones estéticas, ontológicas, éticas, cosmológicas, el rescate de un concepto puro. Raro punto de luz en la recreación de una noche oscura y sanjuanina, alumbrada por relámpagos, el rayo de tinieblas tal vez. El concepto que trasciende al hambre y al instinto de supervivencia, al deber ser de lo dictados racionales y de la locura: la libertad. Libertad para decir que no a la posibilidad de continuar una existencia o una subsistencia en un hijo. Libertad lúcida para comprender la vida en cuanto posibilidad de la existencia del hijo y para afirmarla como autoliquidación consciente (“una de las primeras paladas para la tumba que yo mismo –ya no cabe la menor duda- estoy cavando... mi tumba entre las nubes) en cuanto la no existencia de la posibilidad de la existencia del hijo borra la propia existencia en cuanto dicha posibilidad. Ce n’estait pas Auschwitz. Si, bien sur, Auschwitz, Mr. Auschwitz, le pere.


Cavafis

Hace unos días pensé en recitarle a Samuel el poema de Cafavis sobre Ítaca tal vez porque regresamos de un viaje, corto, insignificante (si es que tal adjetivo puede predicarse de un viaje); tal vez, simplemente porque me gusta y me lo repito a menudo para darme ánimo en algún trance monótono o desesperado, como suelo repetirme algunos versos de la Comedia, los pocos que quedaron en mi memoria después de la clase de Beto Madero. (Hace poco me sorprendí recitando el principio y tuve una pequeña iluminación: en medio del camino, me encuentro en una selva oscura...). En fin que el momento pasó y no recordé que llevaba el poema en el cuaderno con la portada de Van Gogh (algo kitsch).
Descubrí a Cavafis en el museo de arte de Nueva Orléans donde, anexo a unos grabados, el autor colocó otro poema suyo, cuya traducción inglesa empezaba con algo así “He has lost him forever, it is like he has never existed”; en ese momento, el poema daba cuenta exacta de una experiencia que tenía entonces que terminar relativa a mi vida amorosa (si se me perdona la horrible, horribilísima expresión). Recuerdo que lo copié y lo transcribí para dárselo a aquel que había “lost forever” y que ahora es como si “he has never existed”. Poema que nunca encuentro en mi amarillento volumen de los poemas completos.
Recuerdo también que leí más adelante algunos otros poemas que me parecieron llenos de una extraña voluptuosidad melancólica o nostálgica. Recuerdos de cuerpo jóvenes y adorables que se han extinto o perdido irremediablemente pero que resurgen de nuevo en la presencia fugaz y casi tangible de la memoria. Recuerdo haber comentado esto con otro joven, de aproximadamente la misma edad de los amantes, soñados o reales, de Cavafis. No sé si me entendió algo de lo que dije; posiblemente lo hizo o pretendía hacerlo.
Hay otro poema cuya lectura me recomendó “lost forever” y que me pareció un poco más moral y en cierta forma, contradictoria al espíritu de Ítaca, La Ciudad. El planteamiento es semejante al de Fiasco, la novela de Kertész que no pude terminar debido a la revisión de las colecciones de la Biblioteca Central. Cualquier ciudad a la que llegues, será siempre la misma ciudad. Recuerdo que me aterraba pensar que estaría siempre descubriendo que mis huídas eran sólo regresos a la Ítaca desértica. Hoy no me asusta tanto el poema y me inclino más por seguir leyendo –y leyéndole a Samuel- el poema de Cavafis sobre la isla de Odiseo, aunque confieso, no comprendo todavía lo que significan las ítacas.

Lo ha completamente perdido.
En los labios de cada nuevo amante
Busca sus labios.
En cada nueva unión amorosa
Intenta engañarse;
Se empeña en creer
Que es a él a quien se entrega.

Lo ha completamente perdido;
Es como si nunca hubiera existido.
El otro decía querer sustraerse
A esos placeres deshonrosos y malsanos
(¡ah, voluptuosidad de la vergüenza y la deshonra¡)
el otro decía que aún era tiempo de sustraerse.

Lo ha completamente perdido;
Es como si nunca hubiera existido.
Por la imaginación, con ayuda de ilusiones voluntarias,
Busca sus labios en otros labios
Y su amor en otros amores.

°SB

No hay comentarios.:

Semateka B es un colectivo de personas interesadas en expresar su visión sobre sí mismos, los escenarios que pisan, los universos que violentan. Semateka B es principalmente un grupo de amigos y conocidos poniéndose al tanto entre ellos mismos sobre sus vidas. Semateka B debe ser siempre una práctica fundamentamentalmente libre, sin censura.

Acerca de mí